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¿ALGUIEN QUIERE A LA REINA DE CORAZONES?










SER INOCENTE : ¿Negocio comunicacional, Negocio Procesal?, De la comunicación de hechos “informativos”

Los medios de comunicación y la función informativa que ellos detentan son claves en el acontecer de nuestra sociedad.

Son esos medios los que comunican e informan respecto de cierto acontecer de relevancia para que la sociedad toda sea quien procese e interprete libremente formándose así las diversas opiniones que cada uno de nosotros ejerce en reuniones, eventos sociales o en el seno familiar.

Por estos días el factor comunicante que es esa información que los medios nos dan, se ha centrado en el Derecho, en la nueva reforma procesal, en la constitución y, al final de cuentas, en las acciones de ciertas personas y sus consecuencias sobre la vida de otras, que acuden al Estado para que este les comunique, de manera definitiva, quien tiene la razón y quien es responsable de esto u aquello.

Los medios de comunicación al presentar esa información lo hacen en un afán “ilustrador”, “no estigmatizador”, ni “descalificador”. Y si lo hacen en sentido contrario, ello debiera estar plenamente justificado por razones superiores, cuyo resorte no es fruto de análisis dentro de lo que nos convoca.

Sin embargo, la comunicación de ese afán ilustrador, tiene por consecuencia la formación de juicios respecto de lo que nos es informado y comunicado por parte de todos nosotros y por la sociedad toda. El problema es que cuando los juicios que hacemos a consecuencia de los anterior estigmatizan a personas, le otorgamos de por vida un peso enorme a esas persona. Si declaramos culpable a alguien, en la esfera de lo privado, sin manifestaciones públicas que incidan en la estigmatización, estamos en nuestro derecho. Si lo hacemos públicamente, estamos también en nuestro derecho, pero expuestos a que nuestro juicio sea contrarrestado por el estigmatizado o quien así lo estime pertinente.

¿Y qué pasa cuando la información que los medios nos dan parece enmarcarse dentro de un marco de ilegalidad, parece contraria a la moral y las costumbres? Claro que podemos ejercer nuestra opinión, estamos en nuestro derecho también, pero ¿debemos asumir que lo que se nos dice es la verdad? ¿debemos hacerlo de buenas y a primeras? ¿quién responde?

Digamos que el marco para responder lo anterior es el Derecho y que por asociación, entendemos que los tribunales de Justicia son los que en algún momento u otro resolverán. Pero, ¿evita ello que formemos nuestro propio juicio? No. Ni menos evita que ese juicio se profundice en la medida en la que se reciba más información al respecto. Entonces la siguiente pregunta pasa a ser el centro del análisis: ¿estamos seguros sobre la veracidad de lo informado, de las responsabilidades otorgadas, del devenir de los hechos y de la verdad? Claramente No.

Todo lo anterior es fruto de un acto de comunicación: los medios de comunicación señalando tal o cual cosa y nosotros asumiéndola de tal o cual manera. Nuestra posición, la de un tercero “objetivo”, “desprejuiciado” y “ajeno” a lo ocurrido no es tal, no existe. Pregúntese UD. que pasaría si fuera su persona la que estuviese en el centro de la información, y fuese UD el centro del juicio social que la sociedad y opinión pública se forma a consecuencia de la labor informativa y comunicante que los medios de información ejercen día a día por la mañana, a medio día, en la tarde, noche y trasnoche. Como cualquier persona común y corriente pediría que sus argumentos sean escuchados y que se le juzgue con imparcialidad, sin prejuicio y en torno a la búsqueda objetiva de la verdad. Entonces, podemos ver que hay una inconsecuencia real, práctica, concreta y devastadora. Asumimos juicios respecto de terceros como no queremos que seamos enjuiciados dadas las mismas condiciones.

No debemos entrar aquí en el valor y peso que los medios de comunicación ejercen sobre nosotros, ni menos en la forma en que la sociedad reacciona ente ese hecho comunicante que hace formar un juicio en nosotros. Sí debemos tener claridad y decir que lo comunicado es la presentación subjetiva, incompleta, ciertamente con tendencias, si consideramos la línea editorial del medio, y no verdadera de la realidad. Tampoco nuestra interpretación es la correcta pues es también ciertamente subjetiva, incompleta, tendenciosa, por lo tanto, no verdadera.

¿Quién tiene la verdad, de quien la escucharemos, quién enjuiciará objetiva, completa y sin tendencia alguna? Ya lo hemos dicho, los tribunales de justicia, por medio del derecho y de los procedimientos que éste determine, y el Estado, de quien los tribunales a su vez son parte integral, sin la cual no se lo concibe.

¿Qué nos queda entonces como consecuencia de la entrega de información, formadora de juicios, por parte de los medios de comunicación?

El como veremos satisfechas nuestras inquietudes, respecto de factores de comunicación (información) que nos afecten, será resultado de la labor de un tercero cuya complejidad, lenguaje, cercanía, capacidad de entendimiento y comunicación no nos parecen aprensibles. Pero nos entregamos al Derecho, a sus jueces, abogados, a defensores y acusadores, a ministerios y defensorías, a la burocracia legal, a procedimientos que forman procesos y cuyos códigos esenciales no son compartidos ni entendidos por la mayoría.

Al derecho, confiamos la declaración más cercana y próxima de lo que es la verdad y justicia. Lo hacemos pues hemos depositado en él el resguardo de nuestros derechos de expresión (comunicación) y nuestra libertad como una forma de vivir en sociedad armoniosamente, controlando los niveles de conflicto y consenso en torno a normas, códigos y reglas compartidas, aceptadas y supuestamente asumidas (conocidas) por todos. Este derecho hará que no prejuiciemos, que no valoremos, que no estigmaticemos ni privemos de derechos a nadie sino una vez que los tribunales, habiendo pasado por todas y cada una de las instancias establecidas sentencien final y claramente, es decir nos comuniquen una resolución definitiva. Esto, pues valoramos lo anterior como un bien superior que nos diferencia, caracteriza y beneficia como único medio que garantice la convivencia social y nuestros derechos y obligaciones (aplicables a personas y a las instituciones, medios de comunicación) que nos hemos dado. Debemos esperar, en consecuencia, el momento que los tribunales y el Derecho nos comuniquen cual es la verdad más objetiva, desprejuiciada y cercana a los hechos ocurridos. Todo juicio que ejerzamos respecto de algo informado y no enjuiciado por las instituciones del derecho es un prejuicio que afecta a personas y a nuestra sociedad, que comunica ciertamente que estamos más cerca de la brutalidad que de la razón crítica, más cerca de la Reina de Corazones que de Alicia en un país que no es de las Maravillas.

Pero a raíz de ciertos casos que en estos días socavan la recién implementada reforma procesal en Santiago, Chile, vemos como el juicio social, fruto de nuestras convicciones personales multiplicadas hogar por hogar a consecuencia de lo expuesto en los medios de comunicación y denuncias varias, sobrepasa y no da crédito al Derecho y al debido proceso que lo soporta mientras mantenemos a rajatabla juicios sin fundamentos ciertos y concretos. No creemos en el tercero que nos hemos dado para la solución de conflictos pues antes que él termine su labor, catalogamos, comunicamos, y asentamos concepciones de ¿verdad? y ¿justicia? sin que se cumplan los requisitos que “en” Derecho determinarán verdades y hechos. Nuestro prejuicio, por el contrario, se mantiene y crece exponencialmente a costa de los involucrados y los hechos.

Todo lo anterior resulta en el conocido juego del teléfono, en el que el secreto original (factor comunicante inicial) resulta en la mentira final (factor comunicante que permanece estigmatizando en el tiempo). Pero la Reina de Corazones no nos rige y yo, como UD confía en Alicia, ¿no es así?

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